domingo, 27 de julio de 2008

¿Cómo dijo que dijo?

Carlos Mántica
Para mi grupo de los Martes



¿Y a Ud no le da miedo treparse en ese animal?, pregunta una de ellas, y el animal en el que suponemos encajarnos es el avión que nos llevará a Managua. Estamos en la Puerta de Salida de nuestro vuelo y he tenido la dicha de sentarme junto a dos paisanas que conversan animadamente. Hace sólo unos minutos no se conocían y en unas horas no se volverán a ver jamás.
La primera es de León y tiene a su lado una enorme bolsa con agarraderas, que quién sabe dónde va a meter. Es flaca, correosa, y olorosa a Agua de Colonia. Usa medias color carne hasta la rodilla, un sweater colorado porque el aire acondicionado la puede dañar, y zapatos sin tacones, sabrosos porque aquí mucho se camina. Ya está viviendo horas extras, pero en las tiendas cansa a un chavalo de quince.
“No me he comprado ni una hilacha”, dice feliz. Y es cierto. Todo lo que compra es para los demás. En la valija lleva portabustos y bloomers de todos los tamaños, cuatro batas, un vestido negro para las velas, medicinas como para llenar una botica, un par de peinetas porque en León ya no se miran, chereques para los nietos, y cositas para el servicio y para toda su familia que seguro la estará esperando cuando llegue.
La otra es Managua. Tiene cara de estreñida, cuerpo de empanada y va más pintada que un mural de Leoncio Sáenz. Huele a choco. Es bisnera, y sobre las rodillas abraza una impresionante cartera de cinco galones a la que se aferra como a tabla de salvación en un naufragio. No la aflojará ni en el avión, donde contará por centésima vez las prendas de su contrabando: Anillos, cadenas, collares, chapas y prendedores de fantasía, relojes para dama, adornos para el pelo, y perfumes que venderá a sus marchantas. En la valija, ropa al último alarido de la moda.
Yo paro la oreja y su conversación va más o menos así:
¡Qué hace que se lo vengo diciendo! “Ya parala que te la vas a sacar”. Y yo, déle que déle. Y que por aquí y que por allá. Yo no hallaba... Hasta que dije: ya no, ya estuvo. Ya ni que fuera. Él no hace por dónde. Para qué... Yo lo trato. Pero nada.
Y ¿cómo sigue?, pregunta la Managua. Pues ahí, contesta la leonesa con tristeza. Ahí va...
Yo estoy regresando de España y tengo que re aclimatar mi cerebro a nuestro lenguaje. Quedo entonces asombrado. ¡Esta señora está compartiendo con la desconocida su tragedia con un hijo que es más picado que el palo del rastro. Y trato de traducir la conversación desmenuzándola en sus componentes. Va más o menos así:
Qué hace: Supone ser: A qué se dedica, cual es su oficio. Pero su picado no tiene oficio ni beneficio. Y entonces caigo, (en la cuenta): En Nicaragua que hace es adverbio de tiempo. Hace tiempos que se lo vengo cantando. Ahora sí.( lo entendí.)

Ya parala que te la vas a sacar. Al principio me asusto. Sacártela ¿de dónde? y para colmo parada. ¡Eso no se hace! Pero la traducción correcta es: Ve hijo, ya no sigás bebiendo que te vas a enjaranar. Es un consejo, una amonestación.
Y yo, déle que déle. Esto tengo que analizarlo un poco más. Déle, déle, me dice el chavalo cuida carros. ¿Contra el poste? Pero este déle déle no es un imperativo reiterado del verbo dar. Significa: Insistentemente; remachar lo mismo una y otra vez. Estar Jiqui, jiqui. jéquere,jéquere, jode que jode.
Y que por aquí y que por allá. Aquí y allá son ambos adverbios de lugar. Y por eso traduzco: Buscando por dónde entrarle; esgrimiendo toda clase de argumentos.
¡Yo no hallaba!, sigue diciendo la pobre mama; y eso está más fácil. Ya no encontraba palabras, argumentos, razones, amenazas o promesas que esgrimir. Ya no hallaba qué hacer con su picado.

Hasta que dije: Ya no. Ya estuvo. Eso es fácil de entender: ¡Ya no más! Sólo le faltó una sílaba. Ya estuvo bien. Sólo le faltó un adverbio. La señora ya está estragada.
Ya ni que fuera. ¿Fuera qué? ¿Sobrada, necia, metiche, idiota, guanaca, soreca, terca, empecinada, corronchuda, improsulta, colevaca, jinca-la- yegua, comején de riel?
Si él no hace por dónde. Ni por casualidad.
Para que. Una de las omisiones más hermosas del habla nicaragüense. ¿Para qué, qué? Pregunta Coronel Urtecho en su poema “Las Poponé”. En Nicaragua para qué no es una pregunta. ¿ Con qué propósito? Sino todo lo contrario. Norma Helena canta bien lindo. Para qué. En esta conversación tiene el significado que le dan los chavalos de hoy: ¿Para qué sí, si no? Para qué insistir con el bolo si no hace caso.
Yo trato. ¿Lo trato mal? Pero nada. ¿En qué quedamos? ¡Si nadara no se estaría ahogando! Pero este nada es el símil de “ni juco”, ni papa, nacaradas conchas, ni miércoles. Todo en vano. Le entra por un oído y le sale por el otro.
Y la Managua, pregunta sinceramente solidaria con su dolor: ¿Y como sigue?

Pues ahí... contesta la leonesa con un adverbio de lugar, pero que en mi tierra indica calidad, condición o estado. El chavalo está más o menos. ¿Más o menos bien? No necesariamente. Mas bien sigue igual que antes. En veces bebe, pero ya es más menos... Ahí va ... ¿Va saliendo del hoyo o ahí va cayéndose en media calle?
Ellas siguieron hablando y yo escuchando y teniendo que adivinar. Eso me pasa por andar visitando España donde no hablan como nosotros. Pero más que su hablar me impresionó la inmediata amistad e intimidad de dos mujeres que apenas se conocen y que en unas horas no se verán ya más. Me alegró ser nicaragüense. Pecho abierto. Que no sólo abre las puertas de su casa sino su propio corazón para que escapen sus tristezas.
Yo tengo muchos amigos en los Estados Unidos. A Richard lo conocí hace veinte años e inmediatamente me dijo: “Call me Dick” lo que me auguraba una entrañable amistad. Hoy lo sigo llamando Dick porque es muy poco más lo que sé de él. Inmediatamente después del How do you do me preguntó what do you do? Porque lo que uno hace es muy importante. Yo le dije que era comerciante. Simpatizamos tanto que me invitó a una barbacoa en el patio trasero de su casa donde, ataviado como todo un cuque y con toda la parafernalia del caso, cocinó hot dogs y hamburguesas para los amigos. Su máxima expresión de intimidad. Y yo se lo agradezco. Ahora trabaja en no sé qué. Que hace que no lo veo y como no lo veo no sé qué hace. Han pasado veinte años y es todo lo que les puedo decir de Dick. Nunca supe si andaba alegre o triste, porque un discípulo de Dale Carnegie siempre anda sonriente. Si me lo encuentro en algún aeropuerto le diré: Hi Dick, long time no see. Somos grandes amigos.

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