viernes, 4 de julio de 2008

Carlos Mántica y ‘El Cuecuence o el gran sinvergüenza

Jorge Eduardo Arellano

El Cuecuence o el gran sinvergüenza. Edición, traducción, vocabulario, glosas y lecturas paralelas de Carlos Mántica A. Managua, Academia Nicaragüense de la Lengua, 2001. 134 p. (Serie Raíces, v. 2).

Esta aquilatada obra de nuestro mayor güegüensista retoma una labor iniciada en 1966, cuando publicó en La Prensa Literaria su ensayo de interpretación etimológica del título (El Güegüence) de la comedia bailete en español-náhuatl de Nicaragua que en 1883 había dado a conocer en Filadelfia el filólogo norteamericano Daniel G. Brinton. Desde entonces, partiendo de una apreciación acertada de éste sobre el protagonista (“que podía ser llamado cualquier cosa menos respetable”), Carlos A. Mántica descubrió la verdadera raíz de Güegüence: cuecuetzin (travieso, retozón) en náhuatl clásico, y no huehuetzin (viejo respetable). “No es la vejez lo que caracteriza al Güegüence sino su picardía” —puntualizaba en dicho ensayo, inserto poco después en la edición que consagró al Güegüence o Macho Ratón en la revista El Pez y la Serpiente (invierno, 1968-69). Modelo de acuciosidad, en virtud de una entusiasmada y sostenida afición al estudio del náhuatl, esta edición renovó el conocimiento de nuestra pieza colonial, cuyo protagonista ha sido elevado a rango idiosincrático de nuestro pueblo.

En ese proceso intelectual, la figura clave no es sino la de Pablo Antonio Cuadra, quien en el Cuaderno del Taller San Lucas (1942) incorporó El Güegüence a nuestra historia cultural, rescatándolo de la arqueología literaria americanista del siglo XIX y de la tradición oral o fragmentaria supervivencia folclórica. Pero este rescate no hubiera sido posible sin el doctor Emilio Alvarez Lejarza (1884-1969), la mayor autoridad del tema en los años cuarenta. Este investigador fue el primero que realizó una “paráfrasis castellana” moderna basado en la edición príncipe, además de elaborar un glosario y descubrir tanto un manuscrito del siglo XVIII (el más antiguo y aún sin compulsarse) como las catorce partes musicales que lo acompañaban, las cuales se transcribieron en el mismo Cuaderno del Taller San Lucas bajo el título de “Alegres sones del Macho Ratón Caribe”.

Posteriormente, hasta el número monográfico de El Pez y la Serpiente a finales de los sesenta, El Güegüence tuvo versiones más flexibles pero descuidadas, como las de Francisco Pérez Estrada (1946) y José Cid Pérez (1964); un ordenado resumen de toda la información que se tenía en el ensayo de Alberto Ordóñez Argüello (1952), aparecido en la prestigiosa Revista de Guatemala; más una alusión a su “carácter fálico original” del argentino Clemente Hernando Balmori (1955) en la “Introducción” a otra pieza teatral bilingüe (La conquista de los españoles, en quechua-castellano).

También al difundirse la traducción de Mántica, ya Cuadra se había apropiado del Güegüense (el personaje) como construcción discursiva del nicaragüense hegemónico (el del Pacífico).

Es necesario referir tales antecedentes para valorar el aporte significativo de Mántica como traductor. Primero al español de la introducción, el vocabulario y las notas de Brinton en inglés (editio princeps que obtuvo microfilmada de la biblioteca del Museo Nacional de Antropología de México). Y segundo, al español nicaragüense de nuestros días del original: el manuscrito (transcrito por Brinton en su libro) del alemán Karl Herman Berendt, datado de 1874 y resultante de la fusión de dos copias localizadas entre los papeles del primer lingüista nicaragüense Juan Eligio de la Rocha (1815-1973). “En esto difiere de las versiones anteriores, que se conformaron con traducir al castellano la versión inglesa de Brinton” —señaló el mismo Mántica en la “Presentación” correspondiente.

Con esta traducción del original en la lengua mixta de los indios y mestizos de la Nicaragua colonial, más tarde bautizada por Mario Cajina Vega como españáhuat, Mántica aclaró —de una vez por todas— que El Güegüence sólo contenía una palabra en mangue y dos de origen incierto. Y con la del estudio de Brinton esclareció el proceso del habla nicaragüense a través de la nahualización del español, aprovechado por él mismo en su obra fundamental sobre la materia, cuya primera edición se publicó en 1973.

Dos años después, en el marco de una extensa polémica —que produjo un “redescubrimiento” de la obra a varios niveles— aplicó su teoría del náhuatl oculto en un nuevo ensayo: “El hilo azul y los dobles sentidos del Güegüence” (La Prensa Literaria, 10 de mayo, 1975). De cuatro tipos diferentes (del náhuatl al náhuatl, del castellano al castellano, del náhuatl al castellano y del castellano al náhuatl), resultaban “evidentes para quienes conocen algunos rudimentos del idioma náhuatl”. Al mismo tiempo, ubicó El Güegüence dentro del “género literario llamado Cuecuechcuicat, canto quisquilloso como traduce Durán”.

Tal es el punto de partida de esta edición de la Academia Nicaragüense de la Lengua —cuidada por su Secretario de Publicaciones Francisco Arellano Oviedo— a la que no se le puede pedir más. En realidad, es la mejor que se ha logrado del clásico nacional, incluyendo la de Hispamer (1998) que contenía, aparte de una traducción actualizada: 1) una breve presentación de la trama, personajes y elementos, reproducida de la traducción que Mántica hizo en 1968 del libro de Brinton; 2) un ensayo de Pablo Antonio Cuadra sobre El Güegüence como personaje (el capítulo de su libro El Nicaragüense), su papel en el desarrollo de nuestra habla y en la creación de mitos, siguiendo la línea mestizófila del movimiento de vanguardia; y 3) un nuevo ensayo del propio Mántica acerca del entorno histórico, ampliamente documentado, que conduce a precisar la escritura de la obra a partir de 1675 recogiendo un escenario que persistió en la zona desde 1635.

Mántica fue claro al respecto: “Entiéndase bien: No afirmo en manera alguna que El Güegüence, tal y como lo conocemos hoy, haya sido escrito entre 1675 y 1725. La versión que ha llegado hasta nosotros ha sido fruto de una larga evolución y de cambios y adiciones en los que intervinieron muchas manos. Afirmo que el escenario político, económico y social que describe, es el existente en Nicaragua desde más o menos 1635”.

Inobjetable e íntegro, este aporte de Mántica (difundido a principios de los 90), constituye uno de los capítulos del Estudio preliminar a su nueva traducción (la misma, en sustancia, pero con novedosos descubrimientos etimológicos); los otros dos corresponden a los títulos siguientes: “El Cuecuence, un Cuecuechcuicatl” y “¿Quién fue su genial autor?”. Luego, en tres columnas, ofrece el original (en manuscrito de Berendt) y su traducción, parlamento por parlamento; un nutrido Vocabulario y unas glosas oportunas, más unas “Lecturas paralelas” tomadas de importantes fuentes documentales y bibliográficas. Finalmente, “remata” con un apéndice: “Evolución y permanencia de la lengua náhuatl en Nicaragua” (investigación ya publicada en el boletín Lengua que es compendio actualizado de su aplicación de nahualista) y una sucinta bibliografía.

En otra oportunidad, de acuerdo con el deseo de Mántica, apuntaremos las inquietudes que despiertan sus aportes surgidos de una profundización en el texto y en las circunstancias históricas que lo condicionaron, y que sin duda abren “toda una nueva perspectiva con respecto a su carácter de teatro de protesta” (pág. 7 de la “Introducción”). Por el momento, sólo celebramos la trascendencia de su aparición.

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