viernes, 13 de junio de 2008

La onomatopeya en el nica

Róger Matus Lazo

En una palabra (perro, por ejemplo), no existe ninguna relación entre el sonido y el significado. Sin embargo, hay situaciones en las que el hablante busca, en lo posible, establecer una relación entre el significante (sonido) y el significado de una palabra determinada. Es lo que en lingüística se denomina motivación. Existen tres tipos de motivación: fonética (onomatopeya), como din dan, que imita el sonido de la campana; morfológica, que se refiere a las palabras formadas por composición o derivación, como encabritar (derivado de cabra), y semántica, como el caso de jícara (en “se golpeó la jícara”), que en el habla nicaragüense ha pasado a significar “cabeza” por la relación de semejanza formal. En este trabajo nos vamos a referir a la motivación fonética u onomatopeya.



¿Qué es la onomatopeya?

Es una voz que nos viene del latín y éste, a su vez, del griego: onomatopoeia, y se define como la “imitación del sonido de una cosa” en la palabra formada para tal fin. Se trata de una unidad léxica, como dice Dubois, creada por imitación de un ruido natural como el tic tac, que intenta reproducir el sonido del reloj o el quiquiriquí que imita el canto del gallo.



La onomatopeya primaria y la secundaria

Ullmann distingue dos tipos de onomatopeya: primaria y secundaria. La onomatopeya primaria consiste en la imitación del sonido mediante el sonido; una rigurosa imitación por la estructura fonética de la palabra, como se observa en estos ejemplos propios del habla coloquial nicaragüense: sólo sos bla bla (hablar y hablar sin decir nada que valga la pena); cuando entraron los novios, nadie dijo nada, sólo se oía el güiri güiri de los vecinos (habladera); y cuando se encontró con él, juácata le dio en el tronco de la oreja (golpe); con el ban ban se despertó (disparo); vivía cerca de la estación del ferrocarril y todas las mañanas oía el fo fo, foco foco (ruido de la locomotora); no lo vi caer en el lodazal, sólo oí el chocoplós (ruido producido al caer en el fango); por ir distraído chumbulum cayó (en la poza); lo tomó del brazo y pipós, pipós le dio (golpes en la cabeza); me fui a la Purísima cuando oí el pon pon (de los cohetes); me alegré cuando empecé a oír el charrangachanga (de la guitarra); se empinó el vaso de chicha bruja y se oía el trucús trucús (al tragar); salió bruscamente y bangán (dio el portazo); a lo lejos oímos el bererén, bererén (el trote del caballo); toda la santa misa pasó güere güere con su amiga (habladera); cuando le metieron el cuchillo al chancho sólo se le oyó el cuío (chillido); el muchacho cochino entró en la sala y en medio de toda la gente ra, ra, ra (se tiró tres pedos).

Algunos animales de la fauna nicaragüense llevan el nombre formado precisamente por los sonidos que emite su canto como la poponé, el güís, el pijul y el pocoyo, que los indios quiché llamaban pucuyú, según Octavio Robleto. Este poeta, buscador de paisajes, nos agrega otro nombre onomatopéyico dado por los quiché al búho: tucurú.

Nuestros indígenas fabricaron instrumentos musicales, cuyo nombre nos recuerda su sonido. En Panorama masayense, de Enrique Peña Hernández, encontramos algunos: el juco, el chau chau, el tacatán (bongo común), el quijongo, el tuncún y el tatil. En el español general recordamos dos tipos de tambor de origen latino: bombo (lat. bombus, ruido) y timbal (del lat. timpanum).

Mántica, en “El habla nicaragüense”, explica que la lengua náhuatl era también onomatopéyica, como chischis (el chischil), cacapaca (sonar de las chinelas), tzilín (sonar de una campanilla), chachalaca (de chachalini, parlar, o de chalanqui, canto desentonado), paparapa (quien habla mucho y con poco juicio), piripipí (mujer chismosa).

En una investigación que realicé sobre el “Léxico de la ganadería” en Chontales, me encontré con dos nombres de vacas: Chis chis y Plis plis. El vaquero les había dado esos nombres, justamente porque las vacas tenían tetas demasiado pequeñas y el agujero torcido, y al ordeñarlas el chorro de leche pegaba en el borde del cubo, produciendo esos sonidos. Por asociación con chumbulum (caída en una poza), los pescadores de ciertas zonas de Chontales llaman chumbuluna a una sardina que se mantiene a flor de agua y con el menor ruido da un salto y se zambulle, produciendo un ruido característico. Los niños pequeños llaman guau guau al perro. En las zonas del campo, es común oír a uno de estos niños llamar muu a la vaca, mee al ternero, pío pío al pollito y pacapaca al caballo.

Con base en la onomatopeya, se han formado en nuestro idioma muchos sustantivos y sobre todo verbos como silbar, arrullar, aullar, bramar, retumbar, relinchar, cacarear, croar, restallar, susurrar, murmurar, zumbar, mugir, crujir, rechinar, chisporrotear, crepitar, chasquear, balar, berriar, bufar, cuchichear, chapalear, chapotear, chirriar, chorrear, sesear, gorgoritear, gorjear, graznar, gruñir, trinar, etc. Así decimos: el chasquido del látigo, el susurro del viento, el arrullo de las palmeras, el murmullo de las aguas, el silbido de las balas, el estampido del cañón, el bramido de las olas, el chisporroteo de las llamas, el rechinar de una carreta, el aullido de los perros, el rugido del león, el retumbar del trueno, el traquetear de los disparos, el tableteo de la ametralladora, etc.

En nuestro lenguaje coloquial son comunes: el chancleteo de la señora cuando caminaba por la sala, el pisporrazo del borracho al caer del barranco. En su Folclor médico nicaragüense, el gran médico granadino Ernesto Miranda Garay explica que la sacudida violenta del cuerpo seguida de una espiración brusca y corta, con entrecortamiento de la respiración, debido naturalmente a la acción del esfuerzo, nuestros antepasados indígenas la definían con un verbo sin duda onomatopéyico: jipiar. El pandillero llama pedorra a la motocicleta y pedorrear a la acción de seguir o perseguir en una motocicleta.

En la literatura encontramos felices aciertos onomatopéyicos, como este cuarteto de Avellaneda:

Tú que le dices a la hojosa rama: “¡Susurra!” “¡Muge y gime!”, al mar bravío. “¡Silba!”, al rudo aquilón. “¡Murmura!”, al río. “¡Suspira!”, al aura; y al torrente: “¡Brama!”.

En la onomatopeya secundaria, los sonidos evocan un movimiento o alguna cualidad física o moral, generalmente desfavorable. Son ejemplos del primer caso tiritar (temblar de frío), jadear (respirar anhelosamente). En el habla nicaragüense empleamos churrete (que recuerda el movimiento fuerte del chorro) para referirnos a la suciedad producida por la expulsión violenta de las heces fecales, y tuntunear (andar de un lado para otro en busca de algo). En mi investigación sobre El lenguaje del pandillero en Nicaragua, registro una expresión en la que el pandillero emplea una onomatopeya basada en el movimiento: flash (rápido).

De las onomatopeyas que evocan alguna cualidad física o moral citamos pujo, que recuerda el sonido que se emite por la gana continua o frecuente de orinar o defecar con gran dificultad de lograrlo, y la conocida locución adverbial familiar al tuntún (sin cálculo ni reflexión o sin conocimiento del asunto). Del léxico del pandillero mencionamos borrador (papel higiénico). En nuestro lenguaje coloquial son frecuentes, como rifi rafa (discusión pasajera) y burumbumbum, particularmente cuando alude a intrigas y enredos: ese ministerio es un burumbumbum: todos mandan a todos y nadie obedece a nadie; con la herencia han hecho un burumbumbum, porque Bertoldo no dejó testamento. También pujido que, en términos generales, se refiere a los sonidos guturales producidos por un gran esfuerzo. En “Saturno”, cuento de Fernando Silva, encontramos el siguiente texto: Sólo se oía el golpe del agua y los pujidos de Saturno empujando con el canalete.



¿Cómo se forman las onomatopeyas?

Es interesante observar que muchas onomatopeyas se forman mediante la repetición de sonidos vocálicos y consonánticos: chau chau, ra ra ra, piripipí, paparapa, pacapaca, pon pon, ban ban, fo fo, foco foco, pipí, pupú, etc. En las zonas del campo, es común un tipo de servicio higiénico consistente en una especie de caseta con las condiciones adecuadas para orinar y evacuar el vientre. Los campesinos lo llaman pon pon, precisamente por el ruido que producen las heces fecales al caer al fondo, generalmente cubierto de agua.

Otro procedimiento seguido en la formación de onomatopeyas es la alternancia de vocales, sobre todo para expresar ruidos diferentes. Se trata de una “antifonía vocálica”, como ha sido denominada por algunos semantistas, de gran importancia en las formas imitativas. Así, el sonido de la campana es din don, el del reloj tic tac, el de un coscorrón pis pos, etc. En Nicaragua, es muy expresiva la onomatopeya que se refiere a la discusión rápida y sin mayores consecuencias: rifi rafa, en donde se puede inferir que rifi corresponde a uno de los discutidores y rafa al otro.

Hay, igualmente, formas onomatopéyicas basadas en alteraciones de consonantes iniciales, principalmente, como estos ejemplos del habla nicaragüense: ban gan, güerén, tilín, chumbulum, trucús, chirrís, etc. Recordemos los instrumentos musicales indígenas: tatil y tuncún. Fernando Silva emplea la onomatopeya charrás para imitar las pisadas, y utiliza raflá refiriéndose al sonido de algo que se destripa como una zanahoria; pero el uso más frecuente de esta onomatopeya está relacionado con lo rápido y lo súbito.

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